Foi por vontade de Deus

Que eu vivo nesta ansiedade

Que todos os ais são meus

Que é toda minha saudade

Foi por vontade de Deus

Que estranha forma de vida

Vive este meu coração vive de vida perdida

Suena Caetano e instantáneamente vuelvo a un patio en el que una noche de verano tarareamos el cucurrucucú que, por un momento, nos hizo olvidarnos de ella. De Lidia. O de Alicia. O de las dos.

Aquí, Caetano —aunque con los labios carnosos de Manu Ríos— entona un fado que también recuerda al desaparecido y añorado Saura: Estranha forma de vida de Amália Rodrigues.

En los primeros compases de esta película que, aunque corta, dice mucho, la saudade, esa particular y extraña forma de melancolía, resuena en el Lejano Oeste. Toda una declaración de intenciones.

Ethan Hawke y Pedro Pascal, maduros, rudos y sexuales, dan vida y forma a una historia de deseo plagada de referencias al género. Una historia plagada de detalles, guiños y palabras para darle, de una vez, voz al deseo.  

Un ejercicio de estilo, un homenaje, un aperitivo que de suculento se hace corto. Una virguería que combina la rudeza masculina con un estofado cocinado y servido por ellos en la porcelana más delicada. Dos vaqueros que hacen la cama con mimo sólo horas después de haberla deshecho con arrebato.

Ver una película de Almodóvar es mucho más que ver cine. Es pasar un rato, mano a mano, con sus pasiones y sus obsesiones, sus filias, sus fobias y sus desvelos.

Ver Una extraña forma de vida es bucear para conocer la respuesta sobre la que pivota todo:

Me preguntaste qué podían hacer dos hombres en un rancho.

Vedla, es un poco Átame, Matador, La Ley de deseo y todos esos wésterns que no admitían hombres sensibles. Y sino, que se lo pregunten al pobre Montgomery Cliff. 

Marta Pérez.