En uno de los momentos climáticos de Saint Omer, reciente ganadora del Gran Premio del Jurado del Festival de Venecia y Mejor Película en el Festival de Sevilla, se hace hincapié en la acepción biológica de la palabra quimera. El uso de esta palabra de alto contenido mitológico para hablar de algo biológico resume perfectamente la dicotomía entre abstracción y literalidad entre la que se mueve toda la película.
El filme, el primero de ficción de la reputada documentalista Alice Diop, va sobre el juicio a Laurence, una mujer senegalesa afincada en Francia que ha cometido infanticidio al asesinar a su hija Lily de 15 meses, y en ningún momento la acusada lo niega. El juicio entonces no versa sobre la búsqueda de culpables, sino de una explicación, lo que convierte en fascinantes todas las intervenciones de la protagonista.
En esta Medea contemporánea que no niega su crimen, volvemos a encontrarnos con la dicotomía entre lo mitológico y lo objetivo que vertebra el filme, una tensión que también se traslada a cómo la directora pone en escena el guion. Ya que, mientras la narración de la película va volviéndose cada vez más abstracta, no faltan por ejemplo menciones a la bujería, la puesta en escena se mantiene firme, inquisitiva, dejando espacio y tiempo a los personajes para que revelen su verdad.
Saint Omer es una propuesta desafiante para el espectador, porque se le pide una escucha activa y sin juicios hacia un personaje que ha cometido un crimen atroz, pero los que se atrevan encontraran la mejor de las recompensas: una película adulta que no da respuestas, sino que plantea preguntas importantes y que nos habla de los traumas heredados, de las relaciones entre madres e hijas y del paternalismo hacia lo distinto.
Pasolini hubiera estado orgulloso de esta Medea del Siglo XXI.
Gerard Jaurena