Els encantats.
Caben muchas vidas en una sola.
Me explico.
Nuestra existencia se conforma de pequeñas vidas capaces de conformar un todo. Pequeños capítulos con distintos protagonistas que, a veces, el tiempo apaga y otras mantiene con diferentes implicaciones.
Els encantats es una película maravillosa y muy certera sobre la transición —a veces sanadora, muchas veces dolorosa— entre vidas, etapas, capítulos, relaciones. Ese impasse en el que la vida parece suspendida en el tiempo. El momento después al naufragio que ha deshecho una pareja llevándose todo a su paso. La familia. La unidad. Los planes. El tiempo compartido. Las expectativas. Todo menos la soledad.
La nueva película de Elena Trapé, con una Laia Costa que impresiona de nuevo, disecciona con mucha sensibilidad, talento y maestría la pérdida de rumbo, la vida en espera. El momento exacto en el que no sabes quién es tu gente y cuál tu identidad ni tu sitio. El páramo en el que es inevitable añorar lo malo conocido porque lo bueno por conocer da tanta pereza como miedo.
El cine es un invento maravilloso. Un perfecto canalizador de las emociones y es que tuve la suerte de ver el efecto que provocaba Els encantats en una persona muy querida, muy cercana y muy retratada por esa Irene perdida, dolorida y desamparada.
“Es un plagio de mi vida” me dijo desconsolada al ver que la oscuridad de la sala no era eterna.
Cómo podía ser que Elena Trapé, una perfecta desconocida, le hablara de tú a tú poniendo su corazón al descubierto sin piedad, poniendo en imágenes lo que ella aún no se había atrevido ni siquiera a verbalizar. Y eso, señoras y señores, es el cine.
Lo que ella no alcanza a ver AÚN (tiempo al tiempo) es que llegará un día en el que Irene parecerá una figurante lejana, un capítulo cerrado. Y su vida, más que un drama, volverá a ser la comedia que merece.
Prometido.
Marta Pérez.