Celebrar la vida cubiertos bajo la sombra de la muerte.

Con ecos de “Cuando el destino nos alcance” (Richard Fleischer, 1973), un estilo sosegado heredado de la filmografía Yasujirō Ozu y un trabajo con la interpretación que intenta evocar a la obra de Naomi Kawase, llega a CineCiutat Plan 75. Una cinta japonesa sin ambiciones ni pretensiones que carga su equipaje e imaginario visual con la honestidad y la humildad de una historia sencilla y universal que remueve el corazón de dos generaciones. Quienes se quedan y quienes se van.

Bajo esta sensibilidad calmada, la cineasta japonesa Chie Hayakawa nos muestra una sociedad distópica en la que todas las personas mayores de 75 años pueden solicitar su muerte para aligerar la carga económica que suponen para el estado y la sociedad. La burocratización de la muerte presentada como un plan. Sin duda, un ejercicio imaginario que no es nada lejano, aunque queramos seguir engañándonos.

Plan 75 es una ópera prima sobre dos de los temas más controvertidos en la cultura japonesa -y otras muchas- el suicidio y la muerte.  Hayakawa construye su narración con el apoyo de tres personajes que representan distintos estamentos sociales enfrentados a ese plan. La élite burocrática que lo acepta y acata, la empleada sencilla y humilde que necesita un trabajo con urgencia y la mujer mayor, el eje principal de esta historia, quien recurre al plan por presión social, abandonándose a aquello que el sistema le impone. En ella reside toda la fuerza de la película, en la actriz Chieko Baisho, interprete muy recordada por su colaboración con el reconocido cineasta Yôji Yamada.

Un personaje que refugia su pesadumbre en la contemplación del mundo y se refugia en la otredad mientras el resto sigue mirándose sus propios pies, creyendo en el yo mientras olvida el nosotros. Agilizando la muerte en lugar de convivir con ella.

Joan Maura