En numerosas ocasiones François Ozon ha declarado que es feliz cuando rueda una película y permitidme deciros que en esta en particular se nota, vaya que sí se nota.
Mi crimen nos traslada al París de 1930 con todas esas luces y sombras que trae consigo, luces porque Ozon sabe plasmar de una forma genial lo emblemático de la ciudad y de la época, además de las referencias a su cine y teatro, y sombras por que el tema del que nos habla (con su toque burlesco) es de la situación de la mujer en la época e incluso del abuso que ejercen hombres en posiciones de poder sobre mujeres en situaciones precarias.
Y en esa precariedad es donde se encuentran nuestras protagonistas; Madeleine y Pauline, actriz y abogada respectivamente, aunque sin mucho éxito en sendos campos que ven el asesinato de un gran productor como una escalera hacia el exito que se les ha sido negado en una sociedad que les da la espalda.
Si bien a la película le cuesta un poco arrancar, cuando llegamos al punto en el que que el crimen pasa a ser más una excusa para divertirnos que el motor que mueve la trama y sus personajes pueden ser excéntricos y no tomarse demasiado en serio (que no el mensaje que lanzan, ojo) es cuando Mi crimen mejor funciona y mas nos hace reír.
Jaume Tortella